Detrás de los confines de los huertos corre desnudo, extenso, el padre de los ríos.
Aparece a la vuelta de un recodo fundando los asombros.
Con su carga de troncos, con su lomo descalzo, sus crines tutelares
y los urgentes cascos de la espuma embistiéndolo todo.
Arrollándolo todo. Sepultándolo todo.
Se inscribe en su cintura toda la desmesura de la selva,
hojas como corolas, como pétalos verdes, como enormes racimos, como helechos
y la sonoridad de una intemperie cargada de gaviotas, golondrinas, garzas de pico agreste.
Y las palomas.
Las arterias del fango, los músculos ocultos de la arcilla acontecen en la honda gravidez de su cauce.
En sus riberas nace la luz del horizonte, la distancia, las hondas lejanías.
Desde los matorrales emergen las mañanas embriagadas de silbos, de llamadas, de trinos afiebrados.
Los códigos maduros, las palabras aquellas que extraviaron los dioses.
Las plegarias secretas de los pájaros. El idioma salvaje.
En algunos eclipses se desboca.
Fluye desde la astucia, desde crudas malicias, desde ardides de potro sin cabestro, de garañón sin tregua
que se alza, se encrespa, se encabrita hendiendo las edades de la furia.
Y desgarra los sueños con sus belfos de cólera.
Y arrastra hacia la sal los sembradíos, la estricta densidad de las raíces, la espesura de párpados abiertos a la asfixia.
Los antiguos señores conocían su nombre, le hablaban al oído, lo montaban en pelo y cabalgaban entre los crepúsculos.
Le acercaban naranjos, diamelas, rododendros, le aquietaban la sangre.
Y él respondía oleajes, camalotes, espartillos, naufragios.
Y cantaba. Y contaba.
De su boca surgían remolinos, cardúmenes de peces de médula plateada y carne como nardo,
mariposas con alas de begonia, estrellas que solía comer a dentelladas cuando la noche andaba distraída tejiendo las escarchas.
Ahora habita un demente hemisferio de lluvias que ya nadie comprende.
Los antiguos señores emigraron hacia los territorios de la ausencia.
Los dioses extraviaron las palabras, los códigos, las claves.
Solamente los pájaros recuerdan el idioma salvaje.
Solamente los pájaros.
Para Tiago Segades Porta, príncipe de los elfos, señor de los olivos, heredero de ausencias.
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Música
Esta obertura ha sido creada especialmente para el libro por el músico Raúl Segades, padre de Tiago.
Historias para Tiago ( obertura) by Raúl Segades
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