Para Tiago Segades Porta, príncipe de los elfos, señor de los olivos, heredero de ausencias.

Acerca del pecado.

Alguien anduvo bajo los desengaños de febrero asesinando las granadas.
Clavaba su obsidiana en las rojas entrañas de los frutos, con tal alevosía,
que los lobos jadearon sus maldades agrestes, impacientaron los colmillos
y algunas mariposas asustadas volaron a esconderse entre los matorrales de azucenas.
Fue hace muchos veranos.
Cuando cada glicina liberaba resplandores violetas, podían escucharse los silencios, crepitaban capullos y misterios entre los alelíes.
Más allá del eclipse que mutiló los flancos de la luna con sus oscuros dientes milenarios.
Más acá de los miedos, de los despojamientos, de los cirios humeantes bajo las hornacinas
encendidos en honor de los dioses de las duras plegarias y las largas vigilias.
Después del caos. Antes de la desdicha.
En la segunda edad de las tinieblas.
Mientras caía una llovizna lenta sobre la soledad de las diamelas. Mientras caía una llovizna lenta. Mientras caía la llovizna.
Fue hace muchos veranos.
Delante de los pétalos donde anida el pecado y lo desconocido y el rostro de los muertos renace en las texturas del azogue
y una fragancia a espesa desmesura aturde los sentidos
y desde el fondo de la sangre se acercan los demonios a reclamar la ofrenda de las lágrimas.
Detrás de las lavandas que escribían canciones y poemas.
Detrás de las lavandas.
Donde habitaban las serpientes.
Aún nada estaba escrito sobre la piel del odio
y hasta el plantío de las nomeolvides no habían arribado los murciélagos con sus extrañas voces, sus membranas viscosas, sus leyendas oscuras.
Nada estaba tallado en las bitácoras de los estupores cuando anduvo la sombra cubriendo el infortunio.
Y los viejos labriegos ni siquiera pudieron presentirla.
No notaron la ausencia de la maga en las eucaristías.
No escucharon gemidos vagabundos, sofocados en el estanque de los lirios.
Ni el eco de sollozos en el viento pronunciando los nombres de aquellos que habían sido talismanes, conjuros, amuletos.
Ni el aullido de sueños decapitados como las codornices.
Sin embargo,
alguien anduvo bajo los desengaños de febrero asesinando todas las granadas.

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Música

Esta obertura ha sido creada especialmente para el libro por el músico Raúl Segades, padre de Tiago. Historias para Tiago ( obertura) by Raúl Segades

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